miércoles, 6 de enero de 2010

Terrazas, cactus que pinchan y una abuela entre mil macetas

Seguramente la culpa de todo la tenga mi abuela.


De pequeño revoloteaba todo el día por la terraza de su casa, la de mis abuelos, que era una auténtica selva de macetas y plantas de todos lo tipos y tamaños posibles. Tenía que tener mucho cuidado con sus cactus, ya que en demasiadas ocasiones terminaba con alguna púa entre mis pequeños y curiosos dedos. Creo que llegué a odiarlos... ¡y ahora me parecen maravillosos! 



Aquel paraíso desapareció hace demasiado tiempo, pero ahora mi madre conserva un pedacito del mismo en una terraza mucho más modesta, pero con mejores vistas. Hace una semana le compré en un vivero de Níjar (un lugar increíble que no para de crecer) un nuevo cactus para su colección, que seguro que le ha gustado mucho (es muy raro ;-)




Y ahora, en nuestra pequeña buhardilla madrileña, no hay terraza... pero tenemos alguna planta y, casi siempre, un ramo de flores blancas y olorosas. Aún así, echo de menos disfrutar de un jardín privado: de un pequeño y raro jardín.

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